Carla, barcelonesa de 24 años a la que dejamos a las puertas de trasladarse a Múnich para trabajar, ya ha aterrizado en la ciudad alemana. Al relatar su experiencia es sincera e, incluso al admitir que sus primeros días fueron “directamente horribles”, lo hace contenta y con un toque de humor.
Reconoce que el idioma fue el primero de los handicaps: “Aterricé y no entendía nada, no entendía a nadie. No sabía cómo comunicarme con la gente, cómo preguntar… Sabía alemán, pero una cosa es lo que sabes y otra cuando lo pones en práctica”. Los problemas de comunicación, sumados al desconocimiento de la nueva ciudad, complicaron su llegada al hostel donde pasaría los tres primeros días en Alemania. Tardó varias horas y cuando lo encontró, la estancia no resultó precisamente acogedora: “Un albergue donde no había sitio para nada, duermes en una cama desastrosa con cinco personas más pasando cada día por esa habitación y con una cocinita compartida sin sitio para guardar comida”.
La primera noche, tras soltar el equipaje en su alojamiento temporal, cenó con sus compañeros de Mango dispuesta a saber un poco más de la vida allí y de su futuro trabajo. “Salí muy agobiada. Me dijeron todo lo que tendría que hacer, a qué sitios ir, el papeleo que tendría que preparar… Al día siguiente necesité estar sola sin saber de nada ni nadie”.
Incorporarse al equipo de trabajo fue agotador pero el panorama mejoraba rápidamente. “La encargada nos formó en inglés y de ahí en adelante todo fue en alemán. La gente te pregunta en su idioma y no queda otra”. Sin embargo, Carla comprobó pronto que esa ‘paliza’ ayudaba a “aprender mogollón y muy rápido”. “Los últimos días ya podía hasta asesorar a un cliente. En una semana ya estaba adaptada a la tienda y lo tenía todo bajo control”.
Además, su hospedaje en el hostel fue más breve de lo esperado. “Tuve bastante suerte, vi dos pisos y con el segundo dije ‘para mí’. Una de las cosas que más me preocupaba, que era encontrar piso, lo solucioné a los tres días”, comenta alegre. Su nuevo hogar, una habitación a 20 minutos del centro con cocina y salón común, lo comparte con una berlinesa de su edad y el dueño del inmueble, un francés afincado en Alemania y que también habla español. “Reconozco que es una ventaja, aunque aprender alemán sea un poco más lento. Pero no cambio el llegar y poder entenderme bien con él y aclarar las cosas sin problemas en tema de limpieza, de horarios, de contrato…”.
Ahora, con el trabajo controlado y un piso al que volver, enumera las cosas que más echa de menos, “como llegar a casa y que tu madre te prepare un zumito…”, pero reconoce que no quiere volver. “Estoy a gusto aquí, ya tengo todas mis cosas, me gusta la ciudad… Sí, estamos a menos cinco grados y está nevando, pero ahora mismo me adapto muy fácilmente y, como en Barcelona tampoco tengo trabajo, no voy a regresar”.
Para terminar, resume perfectamente su nueva etapa como expatriada: “Lo más duro es ahora, en invierno, pero se supone que cuando empieza la primavera todo es mucho más bonito y agradable. A no ser que en España me salga la oferta del millón, dudo que me vaya”.
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